En estos días tuve un par de conversaciones donde apareció la frase “me cambió el cuerpo”, primero con una mujer que hablaba de su postmenopausia, después con una amiga que tuvo un hijo hace un par de meses y la otra conmigo misma frente al espejo. Si, cambió, como cambiará durante toda la vida.
A nadie le sorprende que un recién nacido flacuchento al que le sobra piel al salir del útero empiece a verse como un relleno muñequito de tela con sus cachetes mullidos a los 2 o 3 meses, que a los 6 meses ya tenga rollos hasta en los dedos, que luego se estire y pase de bebote a niño, que crezca y siga creciendo haciendo ese cíclico “juntar grasa”, “pegar el estirón”, “juntar grasa” “pegar el estirón“ hasta la pubertad, y que a partir de ahí la magia de las hormonas que tu cuerpo fabrique haga que algunos cuerpos junten grasa en pechos y bajo la piel (la subcutánea, tan necesaria para la salud reproductiva) y otros estiren la caja torácica y cubran los huesos de más músculo. Yo recuerdo que algún día de mi pubertad le dije a mi mamá llorando que se me estaban deformando las piernas porque el músculo se me salía para adelante… si, mis piernas poco rellenas de la infancia de repente desarrollaban músculo y juntaban grasa para dar paso a la adolescencia… qué suerte tuve de tener una madre que en vez de decirme que estaba poniéndome gorda supo explicarme que el cuerpo cambia y me llevó a una ginecóloga a seguir hablando de todo lo que estaba por venir…
Creo que es importante aclarar que éste es el crecimiento saludable de una persona, pero hoy con una cada vez más frecuente obesidad infantil en muchísimos casos se alteran estos procesos por las hormonas que la propia grasa acumulada genera.
Pero volviendo a “me cambió el cuerpo”, quizás sea esa falsa ilusión de que cuando terminamos de “crecer” ya estamos listos, inamovibles, hechos, ¡check! ¡A otra cosa que esto ya está! Pero en realidad a los adultos también nos sigue cambiando el cuerpo, no es un envase rígido y cambiará no sólo por pesar más o menos, también puede cambiar la forma por el tipo de alimentación si favorece el acúmulo de grasa visceral o no, o porque naturalmente se pierde la tonicidad, o los diferentes deportes dan diferente forma al cuerpo… mis piernas de los años de salsa no fueron las mismas que cuando hice running. Cambia acorde a la postura corporal que llevemos, cambia la forma porque si no pisamos bien se gastarán los huesos y darán un resultado diferente, cambia porque algunos cuerpos viven la experiencia de gestar, de parir, de nutrir, cambia en nosotras el volumen de agua, el sentir y la percepción de lo que sucede cíclicamente bajo el efecto natural de nuestras hormonas (hace rato dejé de decir que “me indispongo”, porque en realidad eso es estar funcionando bien y no de estar indispuesta), cambia el cuerpo con la menopausia y la andropausia, aparece la joroba sobre las columnas encorvadas, se consumen los músculos y aparecen los pómulos marcados de la vejez, se nos dibujan las arrugas como recuerdos de las experiencias vividas… ¡cambia! El cuerpo, esa parte de nosotros mismos que no es lo que nos da valor como personas sino lo que nos permite SER personas. Dentro de este cuerpo que no sólo es envase sino también el límite entre yo misma y el mundo exterior, ese cuerpo que me permite sentir el calor de los abrazos en la piel y en la profundidad de mi ser, que puede cambiar de color con las estaciones, que tiembla ante lo que me conmueve y sabe llenarse el estómago de comida pero también de mariposas ante el amor, que expresa en síntomas los dolores de la psiquis, y vuelve lágrimas las angustias, que duele cuando se lastima la carne o el alma, es una fortaleza donde junto con mi psiquis y mis emociones articulándose en profunda interacción dan como resultado lo que soy como persona, como ser humano. Y un universo así de complejo, único y maravilloso es cada ser humano. Nuestro cuerpo que nadie debería creer que tiene derecho a juzgar, que no tendría que ser diferente ni distinto sino respetado, es un cuerpo que cambiará de forma a lo largo de toda la vida…
Lo que nos olvidamos a menudo es que como personas también podemos cambiar toda la vida, que la psiquis y el alma también se trabajan, y necesitan ser recorridas, asumidas, alimentadas con lo que les hace bien y cuidadas para que este asunto maravilloso de ser personas nos salga lo más felizmente posible.
Mi parte que disfruta de filosofar les deja unas últimas líneas:
Heráclito dijo que “lo único permanente es el cambio”, pero entonces resistirse a eso traerá angustia y frustración. Otros ya le dieron una vuelta más de tuerca y explican que lo único permanente es el conflicto entre lo estable y lo nuevo, esa lucha que tenemos dentro por que las cosas sigan siendo como son y las fuerzas que buscan generar un orden diferente. Quizás si pudiéramos apreciar que hay partes de nosotros que serán constantes y otras que no podríamos andar por la vida disfrutando más del camino, ¿no?
Ilustración: @moosekleenex
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